Es una mañana de verano cualquiera en una playa de la costa azul francesa. El sol brilla ante cientos, quizás miles de personas, que se protegen de él con cremas para la piel, sombrillas, gorras, incluso gafas con los cristales de color naranja, rojo o verde chillón. Las olas arrastran colchonetas hasta la orilla, donde acontecen partidas de tenis a las que se juega con palas de madera que a veces también son utilizadas como remos. Los niños construyen castillos con cubos de plástico y arena húmeda, auténticas fortalezas en las que siglos atrás nadie hubiera podido penetrar. El agua dulce de las duchas ayuda a no manchar el coche antes de volver a casa.
Acaba de empezar el otoño pero la temperatura aún es cálida en un apartamento de una población del litoral balear. Es medio día, se come caldereta de langosta, se toma vino blanco y se ve la televisión. En los informativos emiten un vídeo en el que aparece la playa que está a tan sólo 500 metros de ahí. Está grabado la noche anterior y a causa de la oscuridad apenas se entiende qué está pasando. La narración del presentador y la aparición en escena de un helicóptero de la guardia civil, con sus potentes focos, ayudan a salir de la abstracción. Han vuelto a interceptar una patera, esta vez viajaban en ella 13 personas provenientes de Argelia, 4 de ellas menores de edad.
Es una agradable tarde primaveral en Sicilia. Desde la concurrida terraza de la cafetería Miramare se aprecia un mar turquesa y cristalino sobre el que las gaviotas planean una y otra vez en busca de alimento. Los clientes van allí a tomar café, conversar tranquilamente o leer la prensa. Saben que son los últimos días antes de que un año más comiencen allegar los turistas. En la portada de un periódico del día hay una pequeña referencia al cambio climático.
Es una noche de invierno cualquiera en un barrio marítimo de la ciudad de Valencia. La humedad en el ambiente multiplica la sensación de frío más allá de lo que marca el termómetro. El cielo es azul oscuro casi negro y en la playa hay una persona con una cámara de fotos que mira hacia el horizonte.
It is an ordinary summer morning on a beach on the French Riviera. The sun shines on hundreds, perhaps thousands of people, who protect themselves from it with skin creams, umbrellas, caps, even glasses with orange, red or bright green lenses. The waves drag inflatable mats to the shore in which people play tennis with wooden shovels that sometimes are used as paddles. Children build castles with plastic buckets and wet sand, authentic fortresses that centuries ago nobody could have penetrated. The freshwater of the showers helps not stain the car before returning home.
Autumn has just started in an apartment in a town on the Balearic coast but the temperature is still warm. It’s lunchtime, people eat lobster stew, drink white wine and watch TV. In the news, they broadcast a video of the beach that is only 500 meters away. It is recorded the night before and because of the darkness you barely understand what is happening. The reporter’s narration and the appearance on the scene of a Civil Guard helicopter, with its powerful spotlights, help to get out of abstraction. They have intercepted a dinghy again, this time 13 people from Algeria were traveling in it, 4 of them were minors.
It’s a pleasant spring afternoon in Sicily. From the busy terrace of the Miramare cafeteria, you can see the turquoise and crystalline sea on which the seagulls glide again and again in search of food. Clients go there to drink coffee, chat or read the newspaper. They know that those are the last days before one more year tourists begin to arrive. On the cover of a daily newspaper, there is a small reference to climate change.
It is any winter night in a maritime neighborhood of the city of Valencia. The humidity in the environment multiplies the sensation of cold, contradicting what the thermometer reads. The sky is dark blue, almost black and on the beach, there is a person with a camera that stares at the horizon.
marzo 8, 2016
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